Pupilas

El cielo envuelve a la luna con una aurora acrisolada de verdades interminables.
Sonrisas al viento son liberadas. Caminantes cuyas huellas quedan grabadas. Desesperaciones que mueren en un rincón del alma.
Sorprendentemente el sol sigue su camino. La luna ocupa ya su lugar y en la tierra brotan flores de colores que provocan agonía en las nubes pintadas de blanco.

¿Sentir felicidad? Mi hermético corazón abre sus puertas a un falso arrepentimiento de coartadas inacabadas. El final del pensamiento del filósofo no ha tocado su fin todavía y mi órgano bombea muy pausadamente el flujo rojizo en mis venas. Sigue pensando el filósofo que odia la luz del sol proyectada en sus cristalinas pupilas. Dilatadas ya quedan en la oscuridad, pues el sol se muere de dolor ante un cielo cuyas  crines esmeralda rellenan el contorno de sus ojos. Ignífugas son las ardientes pupilas del sol y carbonizadas quedan las del filósofo.

Merodean en mi mente tres chicos, tres iris de color: el sol, el cielo... el viento; celeste, verde... oscuro.
Sola me encuentro ahora.
Sonrío.
Estoy feliz, pero sigo estando sola.